Según Unicef, son adolescentes las personas que tienen entre 10 y 19 años. Desde un punto de vista biológico la adolescencia coincide, aproximadamente, con la pubertad, etapa en la que los seres humanos experimentamos importantes cambios fisiológicos, principalmente a nivel sexual y cognitivo.
Sin embargo, la adolescencia no puede definirse solo por los procesos de maduración biológica. Tiene, además, una dimensión social y cultural de la que depende la atribución de significados, conductas y expectativas a esta etapa de la vida, que varían según sociedades y épocas.
La adolescencia es un periodo que incluye la niñez y su superación. La Convención sobre los Derechos del Niño (NN.UU., 1989) define niño como «toda persona menor de dieciocho años” (art. 1). Entre los 10 y los 17 años somos niños y, al mismo tiempo, adolescentes; pero, entre los 18 y los 19, ya no somos niños, aunque sigamos siendo adolescentes.
No hay un único consenso acerca de los límites de la adolescencia; si bien es cierto que la mayoría de las fuentes institucionales y profesionales coinciden en que su inicio se haya entre los 10 y los 11 años, existen importantes diferencias respecto a su finalización, sus etapas y el rango de edades que definen cada una de ellas.
Las tres etapas
Se suelen distinguir tres etapas:
-
La adolescencia temprana o inicial, que comienza a los 10-11 años. Unos sitúan su final a los 13 y otros la prolongan hasta los 14-15 años.
-
La adolescencia media, que hay quien llama tardía, que para unos comienza a los 14 y para otros a los 15-16 años. Y para unos llega hasta los 17 y para otros hasta los 18-19 años.
Como hemos dicho, instituciones internacionales como Unicef, pero también la OMS, fijan a los 19 años el final de la adolescencia. Reputados pedagogos como José Antonio Marina –El talento de los adolescentes. Barcelona, Ariel, 2017, 41– proponen que el fin de la adolescencia se haga coincidir con el inicio de la mayoría de edad a los 18 años (opinión que, al parecer, coincide con la de la mayoría de los jóvenes).
-
La adolescencia tardía, que otros llaman «post-adolescencia”. Para unos comienza a los 18 años y para otros a los 20, prolongándose de manera difusa hasta los 21 o más años y solapándose con lo que también algunos llaman «juventud plena”, alrededor de los 24 años.
Es normal que estos criterios sean un tanto convencionales e imprecisos. Debe tenerse en cuenta que los procesos de maduración biológica no son iguales en todas las personas. Tampoco lo son los procesos de maduración psicosocial, con diferencias según las particularidades de los individuos, a su vez condicionados por las características de las sociedades en las que se desarrollan.
Delimitar y caracterizar a la adolescencia no es un problema menor, pues de ello dependen expectativas y prácticas sociales muy diversas. Por ejemplo, en el ámbito del marketing hay una constante preocupación por categorizar a las nuevas generaciones (Millennials, Generación Y, Z, etc.). Pero también los contenidos de las políticas públicas (educación, empleo, salud, vivienda, etc.) dependen de cómo se defina y conceptualice a la adolescencia.
¿Son inmaduros y problemáticos?
Un aspecto que interesa discutir es la asociación entre adolescencia, inmadurez y problematicidad. En general, la adolescencia es percibida por las personas adultas como un periodo problemático, debido a que los chicos y las chicas están expuestos a mayores riesgos por la contradicción entre sus aspiraciones de autonomía, su evolución afectivo-sexual y su inmadurez psicosocial.
La palabra «adolescente” guarda relación con el verbo «adolecer”, que significa experimentar dolencias y/o padecer algún defecto. El punto de partida lingüístico denota una fuerte negatividad respecto a la condición adolescente, alimentada a su vez por el trato sensacionalista que suele recibir de los medios de comunicación.
No hay madurez hasta más allá de los 25 años
Desde el punto de vista biológico hay procesos madurativos que tendrán su recorrido bastante más allá incluso de la mayoría de edad legal. Por ejemplo, un famoso estudio dirigido por el neuropediatra Jay Giedd descubrió que las áreas del cerebro de las que dependen nuestros juicios racionales y una ponderación más ajustada a la realidad en términos de costes y beneficios, objetivos y riesgos alcanzan su madurez a lo largo de la veintena, antes en las mujeres que en los hombres. Otros expertos afirman que la madurez psicosocial no se alcanza hasta los 27 años.
Esto no inhibe a las sociedades para que, culturalmente, establezcan hitos progresivos de madurez psicosocial. En América Latina es habitual realizar a los 15 años rituales de transición hacia la edad adulta. En España, tanto la edad laboral como la de consentimiento sexual se han establecido a los 16 años; y la edad penal se establece a partir de los 14 años con diferencias de tratamiento según si es menor o mayor de 16. También los sistemas educativos establecen una segmentación del itinerario escolar según rangos de edades que presuponen determinados niveles de madurez.
La adolescencia no es, por supuesto, una etapa de la vida exenta de problemas. Sin embargo, la realidad confirma solo en parte la asociación entre adolescencia, inmadurez y problematicidad. Hay muchas adolescencias, al igual que las personas adultas somos también muy diversas y no dejamos de evolucionar en muchos aspectos a lo largo de toda la vida.
Por otra parte, conviene preguntarse qué significa ser una «persona adulta” ¿Se supone que es responsable, juiciosa, tiene autocontrol emocional, es autónoma y asume siempre responsabilidades y compromisos? ¿De verdad todas las personas adultas que conocemos, incluidos nosotros mismos, responden a esta idea de la «adultez”?
Una etapa de gran potencial de desarrollo
La neurociencia puede ayudar a plantear de otro modo la relación entre adolescencia, inmadurez y problematicidad. Si bien es cierto que hay procesos biológicos inconclusos también se verifica que, biológicamente, en este periodo de la vida existe un gran potencial para el desarrollo de muchas capacidades del ser humano.
Conviene entonces sustituir la idea de déficit por la de potencialidad y asumir que el desarrollo de ese potencial requiere determinadas condiciones que incluyen, necesariamente, un cierto grado de problematicidad.
La adolescencia es un periodo de la vida en el que cuerpo y mente piden autonomía, explorar límites, trascender fronteras, tomar decisiones y asumir riesgos y responsabilidades. Nada de esto está exento de problemas. Al mismo tiempo, se necesitan oportunidades y condiciones sociales que lo faciliten. Y, por supuesto, límites, barreras de contención y colchones amortiguadores.
Los problemas de la adolescencia tienen su causa más en los déficits de la sociedad adulta, en lo que no queremos o no sabemos aportar, que en la inmadurez de los jóvenes.
Pensar en positivo
Apostemos por la adolescencia en positivo, poniendo más esperanza y altas expectativas en el talento y las capacidades creadoras de las y los jóvenes. Para eso hay que estar cerca, pero sin invadir sus espacios; saber escuchar y no precipitarse en aconsejar y prohibir, aunque sea imprescindible dejar claras ciertas normas y límites fundamentales, mucho mejor si es con su participación.
Este camino exige recursos que debemos aportar las personas adultas –en diálogo y colaboración con las personas jóvenes– en forma de actitudes desprejuiciadas, educación, formación profesional, sabiduría existencial y condiciones materiales de vida a través del empleo, la vivienda y las ayudas sociales.
Las edades adolescentes configuran una privilegiada etapa biológica y social generadora de oportunidades y nuevos horizontes. Algo bueno está ocurriendo cuando centenares de miles de jóvenes discuten, se manifiestan y proponen soluciones para mejorar este mundo al borde del colapso que sus mayores les vamos a dejar en herencia. ¿Quiénes son los inmaduros?