En la comisaría, Henley confiesa que durante los últimos tres años, él y Brooks habían llevado a víctimas de Corll para violarlas, torturarlas y matarlas. Niega haber participado en la violación de nadie, pero confiesa haber participado en la tortura y el asesinato de al menos seis víctimas.
Para demostrarlo, Henley les dice que puede llevarles a un «almacén de cadáveres»
Al principio, la policía no cree al adolescente dopado. Pero Henley les dice que allí encontrarán a Charles Cobble, David Hilligiest y Marty Jones, tres chicos que habían desaparecido de los Heights entre 1971 y 1973.
Todavía escépticos, los policías dejan que Henley les guíe hasta un almacén de barcos de bajo coste situado al final de una calle sin salida del suroeste de Houston. Allí, Henley les lleva al cobertizo número 11.
La policía consigue una orden para registrar el cobertizo metálico, alquilado a nombre de Dean Corll. En el interior, encuentran los trastos habituales -incluyendo algunas palas y sacos de cal-. El suelo de tierra está parcialmente cubierto por una moqueta vieja, irregular y con zonas blandas debajo. El cobertizo oscuro y sin ventilación arde en el calor de agosto, y el olor a descomposición es espeso.
La policía recluta a dos custodios de la cárcel local para que vengan a desenterrar el suelo. A escasos centímetros de la superficie, encuentran una capa de cal. Justo debajo, encuentran un cuerpo desnudo envuelto en láminas de plástico, con una cuerda atada al cuello. Henley les dice: «Es Dreymala», James Dreymala, que llevaba desaparecido sólo unos días.
Los administradores son despedidos y el médico forense, junto con un equipo de antropólogos, se hace cargo. Encuentran un cuerpo tras otro, algunos apilados a tres alturas. Recuperan los restos de ocho chicos ese día, y cuando vuelven al día siguiente, nueve más.
La prensa cubre la búsqueda ampliamente, corriendo a un teléfono público cercano para actualizar a sus productores y editores cada vez que se descubre un cuerpo. La historia del tiroteo de Corll, y el descubrimiento de tantas de sus víctimas, es la noticia principal en todas las cadenas. Pronto, reporteros de todo el mundo -incluido Truman Capote- se encuentran en Houston para cubrir el espantoso caso.
Para docenas de familias cuyos hijos están desaparecidos, la historia desentierra sus peores temores -y desata una justa indignación.