El síndrome de la rana hirviendo y el deterioro silencioso

Vives para los demás y te adaptas a las circunstancias. Poco a poco y sin darte cuenta, caes en un pozo negro sin salida. Una vez que has tocado fondo, ¿qué haces? Tienes suficiente energía para salir de ahí? ¿Qué ha pasado? Estas son algunas de las preguntas que te haces cuando, de repente, te encuentras en una situación que te ha dejado psicológicamente agotado. En este caso, es posible que sufras el «síndrome de la rana hirviendo».

Para saber mejor en qué consiste, primero empezaremos con una fábula…

La rana que no tenía ni idea de que estaba hirviendo

Según Oliver Clerc, cuando ponemos una rana en una cacerola con agua fría y empezamos a calentarla lentamente, la rana irá ajustando su temperatura al agua al mismo tiempo. Justo cuando el agua alcanza el punto de ebullición, la rana ya no puede ajustar su temperatura e intenta saltar fuera.

Desgraciadamente, la rana no tiene la fuerza suficiente para salir de la sartén. Ha perdido toda su energía para adaptarse a la temperatura del agua. Como resultado, la rana muere por la ebullición sin posibilidad de saltar y salvarse.

Ahora, la gran pregunta que debemos hacernos es qué mató a la rana: ¿el agua hirviendo o su incapacidad para decidir cuándo debía salir?

Es posible que si el agua hubiera estado hirviendo a más de 50 °C cuando se sumergió, hubiera saltado sin dudarlo. Sin embargo, mientras toleraba la temperatura del agua, no se planteó cuándo debía salir y ponerse a salvo.

Adaptarse al deterioro silencioso

Con esta metáfora, podemos referirnos a muchas situaciones que vivimos en nuestra vida. Efectivamente, tenemos que adaptarnos a las situaciones y relaciones que nos encontramos, pero hasta cierto punto. Tenemos que aprender a decidir cuándo seguir y cuándo es el momento de saltar y salir.

El problema es que las personas, inconsciente o conscientemente, se adaptan a situaciones perjudiciales al no salir de su zona de confort. De este modo, se evita la responsabilidad y se culpa a las circunstancias o a terceros, colocándonos en el papel de víctimas.

¿Cuáles son las consecuencias? Desconectamos y nos abandonamos a nuestras necesidades, deseos o emociones que se vuelven invisibles.

Este comportamiento de pasividad y sumisión se confunde a menudo con otras conductas saludables, como la empatía, el amor, la aceptación o la paz interior. El miedo, la baja autoestima, la incertidumbre y la resignación son actitudes que disminuyen nuestra capacidad de reacción, nos deterioran y toman el control de nuestra vida de forma sutil y gradual.

Consejos para evitar estas situaciones

  • Primero, respétate a ti mismo y haz valer tus derechos. Puede ser complicado, pero necesitamos sentirnos incómodos durante un tiempo para descubrirnos y querernos a nosotros mismos.
  • Ponernos límites, en el trabajo y en cualquier otra situación. Tenemos que ser capaces de decir «¡basta!».
  • No aferrarse a la esperanza de que las cosas cambien. Aceptar la realidad tal y como es, sin crear expectativas ni asumir que se puede cambiar a las personas porque no se puede.
  • Aprender a distinguir cuándo es posible ser flexible a las circunstancias y cuándo no.
    • Si se siguen estos consejos, nuestro bienestar emocional y nuestra dignidad mejorarán y nuestra autoestima aumentará. Si tienes dificultades para hacerlo por ti mismo, busca ayuda de un terapeuta y apóyate en las personas que te quieren.

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