El número de coches británicos y de otros países europeos que llegaron a Estados Unidos durante la invasión británica fue un mero goteo. La única canción de temática automovilística notable de la banda en esa época fue «Drive My Car». Ni siquiera hablaba de coches, sino de alguien que conducía un coche. Otras canciones de los Beatles mencionaban los coches de pasada, pero eran más una noción que un tema.
Fueron las bandas americanas -incluso los grupos folk- las que cantaron sobre la frescura de los coches. «Mustang Sally», «Hey Little Cobra» y «Little Deuce Coupe» demuestran que los pony cars americanos, los GT racers y los hot rods personalizados estaban muy presentes en la mentalidad nacional.
«Los primeros grupos británicos cantaban sobre el amor y el amor perdido, o reintroducían el blues a los estadounidenses, y cantaban con la infelicidad de una juventud británica que aún vivía los últimos días de la austeridad de la posguerra», dijo el Sr. Feibusch.
Pero eso no impidió que las estrellas de rock británicas convirtieran su éxito financiero en coches. Los Beatles no fueron una excepción. En un estilo uniforme típico de sus primeros días, los cuatro condujeron Mini Coopers como vehículos de uso diario durante un tiempo (un detalle estético que habría funcionado muy bien en el argumento de la película de la banda de 1965, «Help!»).
Pero los Beatles también optaron por coches más elegantes e individualizados. George Harrison tenía un Aston Martin DB5 de 1965 y un Jaguar E-Type, entre otros coches. John Lennon tenía un Rolls-Royce Phantom V de 1965, pintado de forma psicodélica -que, según él, estaba inspirado en el estilo de las caravanas gitanas- y un Ferrari 330 GT de 1965. Paul McCartney tenía un DB6 de 1966, así como un Lamborghini 400GT de 1967. Ringo Starr se compró un Facel Vega de 1964 en ese primer lavado de cara de la fama de los Beatles y más tarde se hizo con un Ford Mustang de 1968.