También con el racismo: puede que la raza como categoría biológica no exista, pero la «raza» como categoría para ordenar la sociedad ciertamente sí, y los resultados de ese «hecho social» son visibles cada día. Pero cuando las personas actúan de forma solidaria, rompen las barreras invisibles y descubrimos que, como Jo Cox, tenemos más en común que lo que nos separa.
Imagina la historia del antisemitismo si fuera escrita sólo por judíos. Peor aún, imagina la lucha contra el antisemitismo si sólo la emprendieran los judíos, o la lucha contra la negación del Holocausto. La campaña contra el antisemitismo, en la medida en que ha tenido éxito, sólo ha surtido efecto porque los no judíos también se preocupan por erradicar ese odio de la sociedad. Esto no significa negar el importante trabajo realizado por los escritores, activistas, políticos y artistas judíos; pero sin un apoyo más amplio, su lucha, como pequeña minoría, habría sido mucho más difícil.
En la lucha sudafricana contra el apartheid, el hecho de que un pequeño número de activistas blancos, entre los que se encontraban muchos judíos, lucharan junto a los negros fue una señal de que no todos los que no son víctimas directas del racismo permanecen indiferentes.
A un nivel muy básico, si no fuera posible comprender las experiencias de otras personas, el trabajo de los historiadores, antropólogos y escritores de ficción creativa sería imposible. No es una expropiación cultural expresar la solidaridad con los manifestantes negros, ni es insensible expresar opiniones antirracistas. Al contrario, es una condición sine qua non del movimiento antirracista.
A Hannah Arendt le gustaba citar las palabras de Georges Clemenceau: «el asunto de una persona es el asunto de todos». Si queremos vivir en una sociedad en la que nuestros eslóganes de igualdad tengan sentido, entonces, sin pretender que los blancos sepan lo que es ser víctimas diarias del racismo, tenemos que denunciar el racismo que asola nuestro mundo. Esto no quiere decir que la organización de los negros no pueda conseguir cosas. Pero las victorias conseguidas por un solo grupo que supuestamente traerán la igualdad para todos los grupos serán vacías, a menos que todos los grupos se unan y acepten la premisa básica.
«El racismo», escribió el filósofo Emmanuel Levinas en 1933, «no se opone sólo a tal o cual punto particular de la cultura cristiana y liberal. No se trata de un dogma particular relativo a la democracia, al gobierno parlamentario, al régimen dictatorial o a la política religiosa. Es la humanidad misma del hombre». Para vencer el racismo, los blancos deben, como mínimo, hablar y decir que están de acuerdo con el objetivo de los manifestantes negros de lograr la igualdad para todos.