El Dux era el cargo político más antiguo y elevado de la República de Venecia.
La palabra proviene del latín dux, que significa líder y era el título que se daba a los gobernadores de las provincias del Imperio Bizantino, del que formaba parte la laguna de Venecia en los siglos VII y VIII, cuando se encuentra documentación de los primeros dux. La sede inicial del ducado fue Eracliana (Eraclea), luego Metamauco (Malamocco) y finalmente, a partir del año 810, Rivus Altus (Rialto), el primer núcleo de la actual Venecia.
Durante los dos siglos siguientes, mientras la ciudad crecía y se independizaba cada vez más de Bizancio, la figura del dux se impuso como cargo electo y se hizo cada vez más poderosa, con sucesiones hereditarias, conflictos y muertes violentas. En el siglo XI, Venecia se independizó y puso fin a cualquier pretensión dinástica del dux. Se decidió que debía ser asistido por consejeros y que sus poderes estarían limitados en el momento de su elección, cuando se le hizo prestar el juramento de la Promissione, un conjunto de normas meticulosamente creadas que regulaban su comportamiento tanto público como privado.
Elegido mediante un complicadísimo procedimiento de votación por el Gran Consejo, la asamblea plenaria de la nobleza veneciana, el Dux era la única autoridad veneciana que ocupaba el cargo de forma vitalicia.
Estaba presente en todas las celebraciones del Estado siguiendo un ritual preciso y también estaba presente en todos los principales órganos colectivos de gobierno. No tenía ningún poder ejecutivo, legislativo o de decisión, ni podía realizar ninguna función gubernamental por sí mismo. Sólo podía salir del Palacio en ocasiones oficiales y necesitaba un permiso especial si iba a abandonar la ciudad durante unos días. Sin embargo, el Dux -elegido normalmente entre la nobleza veneciana más antigua y meritoria- sí representaba al Estado, y tenía varias funciones simbólicas muy importantes en relación con la autoridad y el esplendor de la República. A su muerte, se preveían solemnes ritos fúnebres pero la ciudad no estaba de luto, «porque la República nunca muere»; entonces se activaban dos magistraturas, la primera establecida en el siglo XVI para asegurar que el dux fallecido se había comportado correctamente, mientras que la segunda debía reformular la Promissione de su sucesor, que se nombraba muy rápidamente con una solemne ceremonia de investidura.
El último dux fue Ludovico Manin, que abdicó en 1797 cuando los soldados de Napoleón Bonaparte entraron en Venecia, marcando así el fin de la antigua República.