El movimiento progresista dio cabida a una diversa gama de reformistas -presidentes republicanos insurgentes, demócratas descontentos, periodistas, académicos, trabajadores sociales y otros activistas- que formaron nuevas organizaciones e instituciones con el objetivo común de fortalecer el gobierno nacional y hacerlo más receptivo a las demandas económicas, sociales y políticas populares. Muchos progresistas se veían a sí mismos como reformistas de principios en una coyuntura crítica de la historia de Estados Unidos.
Por encima de todo, los progresistas trataban de reconciliarse con la extrema concentración de la riqueza en una pequeña élite y con el enorme poder económico y político de los gigantescos trusts, que consideraban incontrolados e irresponsables. Esas combinaciones industriales crearon la percepción de que las oportunidades no estaban disponibles por igual en Estados Unidos y que el creciente poder empresarial amenazaba la libertad de los individuos para ganarse la vida. Los reformistas censuraron las condiciones económicas de la década de 1890 -apodada la «Gilded Age»- como excesivamente opulentas para la élite y poco prometedoras para los trabajadores industriales y los pequeños agricultores. Además, muchos creían que los grandes intereses empresariales, representados por asociaciones recién creadas como la Federación Cívica Nacional, habían capturado y corrompido a los hombres y los métodos de gobierno para su propio beneficio. Los líderes de los partidos -tanto demócratas como republicanos- eran vistos como «jefes» irresponsables que cumplían las órdenes de los intereses especiales.